El dedo de Dios ha estado presente en toda la historia humana. Justo o no. Oportuno o no. Suficiente o no. Es el dedo de Dios.

Desde siempre el dedo de la mano derecha ha sido símbolo de poder. Divino o terrenal, pero poder.

Estuvo presente en la Roma Imperial, para decidir si un gladiador o luego un cristiano, moría o no moría.

Ha estado presente en todas las asambleas de pueblo, desde la Ecclesia Griega, madre de todos los modelos de la democracia occidental, hoy, referente histórico, hoy recinto del poder en muchas naciones del mundo. No en todas.

Fué el dedo de Dios quien durante muchos, muchísimos años, señaló a la familia que debería reinar en muchos de los pueblos educados en la fé de Dios, que en su infinita sabiduría, delegó una porción de su poder, para que fueran, por su gracia, los humanos, quienes resolvieran los asuntos, estrictamente humanos, en los cuales, por cierto, solo se debería interpretar el mandato de Dios, para poder organizar la vida fundada en valores y hacer todos, de la concordia, la expresión humana de la suprema voluntad de Dios, para poder vivir en armonía y cumplir sus sacros designios.

Si, hasta que llegaron los masones franceses y con sus ideas liberales, pusieron en duda, la pertinencia de ese dedo de Dios y decidieron confiar más en los dedos de los humanos. Así la humanidad pasó de la “verdad revelada” a la “verdad razonada” y cambio toda la historia.

Y contra todo pronóstico el dedo siguió vigente, solo que sin la referencia directa a Dios, el Altísimo.

El dedo por ese simple hecho, paso a vincularse a toda la mano y fue esta, la derecha, la que pluralizó la noción de poder. Bajo el principio de que el pueblo, representado por algunos de sus miembros, podrían garantizar similares valores y condiciones sociales. Quizá la idea de que fueran varios dedos, apenas podría estigmatizar que entre muchos, se podría substituir a la noción anterior del mismo dedo.

La democracia actual, como usted la entienda o como se la dejen entender, descansa en una expresión práctica del poder del dedo, pero de un solo dedo, el de la mano de la persona que representa a los verdaderos poderosos en una nación.

Y el dedo, en México, es algo más que eso, incluye todo un ceremonial, un portafolio amplio de relaciones de poder, de interés y por supuesto de conveniencias de un pequeño grupo de empresarios que a su vez representan a otros un poco más grandes. Quien gusta adivinar, de esto, dice que no pasan de 35 los grandes jefes del poder en este país. No tengo otra referencia, pero, incluiría otros que viviendo en Estados Unidos, también votan, es decir, también usan su dedo y juntos han establecido al “dedazo” como la institución verdaderamente seleccionadora de los hombres y mujeres para ejecutar su mandato.

En nuestro país, hace meses que el dedo del poder, ya se movió y escogió a quien, relevará al actual presidente de este país. Hace unas 3 semanas, nos dejaron ver hacia donde señaló.

Ha comenzado el ritual del dedazo, visible unas semanas después de la apertura formal que señala la ley para esta elección.

El dedazo ya se siente, ya se ve, ya se empieza a creer y por supuesto, a seguir, a compartir, aunque los inconformes le digan, obedecer… y al día de hoy, lo que nos dejan ver, que conste, solo lo que nos dejan ver, no señaló al incansable candidato Lopez Obrador, ni al berrinchudo joven Anaya, tampoco a ningún posible independiente… señaló sin duda al mismo palacio nacional, solo que en la esquina del otro lado de la Presidencia… la de Hacienda y Crédito Público y como la escritura nos dice… el que tenga ojos que vea… el que tenga oídos..que oiga.