La transformación urbana en Puebla capital avanza de forma discreta pero constante, a través de un fenómeno que comerciantes y empresarios locales ya reconocen como gentrificación. Aunque sus efectos no han detonado de manera abrupta, se manifiestan en el aumento progresivo del valor del suelo, el encarecimiento de rentas, el cierre de negocios tradicionales y la llegada de un nuevo perfil de consumo, ligado principalmente al turismo y a sectores de mayor poder adquisitivo.

En el Centro Histórico, cada vez es más común observar la reconversión de viviendas en hoteles boutique, galerías, cafeterías especializadas y espacios de hospedaje por aplicaciones digitales. Esto ha generado una presión directa sobre los residentes originales y pequeños locatarios, quienes deben enfrentar rentas más altas, modificaciones en las reglas de operación y una competencia que muchas veces no juega bajo los mismos estándares fiscales o administrativos. Comerciantes entrevistados han señalado que el proceso ha sido “silencioso”, pero evidente, y que en muchos casos no se notan las consecuencias hasta que el cambio ya es irreversible.

Empresarios del sector hotelero han expresado su preocupación por la falta de regulación clara hacia plataformas digitales de hospedaje, lo que genera desigualdad frente a establecimientos que sí cumplen con licencias, pagos de impuestos y normas turísticas. También advirtieron que, si bien la renovación urbana puede ser positiva, debe existir una política pública que proteja la permanencia de las comunidades locales y los negocios con historia, para evitar la pérdida de identidad en las zonas más representativas de la ciudad.

El fenómeno, conocido como “gentrificación de hormiga”, no ha sido ajeno a otros municipios con vocación turística como San Andrés Cholula o Atlixco, donde el costo por metro cuadrado se ha disparado en los últimos dos años, impulsado por la demanda externa y la especulación inmobiliaria. En el caso de Puebla, organizaciones como el INAH han alertado sobre los riesgos de este crecimiento sin regulación, especialmente en zonas protegidas, donde el valor cultural podría verse comprometido por intereses comerciales.

La Cámara de Comercio local ha pedido a las autoridades municipales y estatales incluir en sus planes de desarrollo urbano estrategias que frenen el desplazamiento silencioso de residentes y comerciantes. Al mismo tiempo, proponen incentivos para los negocios tradicionales, así como campañas para fomentar el consumo local como medida de resistencia frente a la homogeneización del espacio urbano.

Mientras tanto, la ciudad sigue cambiando. Lo hace sin estridencias, sin grandes demoliciones ni obras masivas, pero con cada remodelación individual, con cada local que cambia de giro, con cada casa antigua que ahora ofrece rentas temporales para turistas. Y con cada uno de esos movimientos, el rostro social de Puebla se transforma.