Como cada año, la muerte salió del panteón, presurosa por un tlayoyo se dirigió, de chicharrón se le antojó y tal vez uno de frijol y otros de alverjón.

Con Doña Tere rápido llegó, la guadaña en el piso colocó, un suspiro profundo dio, pues una vez al año, disfrutaba ese delicioso olor.

Doña Tere temerosa se acercaba, la huesuda cubría su cara, pues no quería que Tere mirara, que de la muerte se trataba, mucho menos que maquillada, la malora aún no estaba.

Con voz tenebrosa su orden pidió, 25 de chicharrón, 20 de requesón, por favor y unos 10 de alverjón, de los dulces de requesón, me los llevo pal panteón.

Doña Tere muda quedaría, al ver los huesos que los tlayoyos sostenían y que con mucha algarabía, la muerte deglutía, hasta el piso migajas caían, pues a leguas se veía, que atrasada, el hambre traía.

La calaca todo se acabó, con los huesos de las manos los platos limpió, después se los chupó y por último, la guadaña levantó, su lima de las vestiduras sacó y a darle filo a la navaja comenzó.

Recargada me siento de energía, con la encomienda del de arriba, comenzaré a llevarme almas este día, me llevaré las que encuentre, estén alertas o distraídas.

El mandil de Tere cayó, la muerte la degolló, anafre y carbón agarró, unas quesadillas se jaló, mientras derechito al panteón, a Tere con cocineras mandó.

Un año más no esperaré, allá el anafre prenderé, por mucha masa mandaré y hacer tlayoyos a cocineras y Tere pondré, las ganas no me aguantaré, de tomar un buen café y hasta un chilpozo, de vez en cuando comeré.