De repente, como si no hubiera algo que atender en la desastrosa vida colectiva de esta pandemia, aparecieron en las calles de Teziutlán, unas salchichas envenenadas que torcieron y tuercen los límites de la impaciencia y nutren los de la intolerancia.
A las noticias de los muertos por covid, por la inseguridad y por el hambre, hay que agregar las de inocentes caninos, compañero de muchos humanos en su lucha contra el hambre y víctimas de la irracionalidad del estorbo, porque a lo mejor la comida no alcanza para los humanos o de la generosa nobleza de una alma caritativa que les evitó seguir sufriendo.
El asesinato de varios perritos callejeros, lastimó el orgullo de un pueblo que en medio de la neblina y la humedad se ufanaba por mirar, solo por mirar, como bajaba el número de víctimas de la pandemia de covid, en una comarca dolida, dolorosa y doliente, que aún no entiende lo que pasa, pero que si lo siente y lo sufre.
Estamos muy acongojados y todo lo que pasa, nos lleva a una contrición colectiva, que poco ayuda a resolver problemas, pero que, reconforta, libera, justifica.
El debate público, todo, está en estos días, en Teziutlán, discutiendo cómo administrar justicia frente a un acto que, calificado de injusto e indignante ha motivado al gobierno municipal a través del regidor de salud, a una declaración y compromiso fulminante: Se hará justicia… no permitiremos impunidad… buscaremos al culpable y ha movilizado a una parte de la sociedad, a protestar en el parque y a recolectar firmas, para que, al menos, no quede incomprendido o desatendido, este asesinato múltiple de inocentes perritos callejeros a los que, casi nadie, había dado importancia, a no ser por su muerte colectiva.
Ahí andaban los perritos, nadie les hizo caso… nadie o casi nadie les compartió un pedazo de tortilla, a todos los ahuyentaban de casas, calles y negocios, pero ahora, asesinados, los consagran a la reflexión, al balance, al tamíz de la calidad humana.
La policía, los periodistas, hasta de la capital estatal, se ocupan de este tema de filosofía humana, o inhumana, daría igual, están muertos, fueron asesinados, envenenados y eso amerita, un espacio para pensar y ojalá, también, para actuar. La muerte no puede ser un bien perseguido, ni siquiera para acabar el mal.
Alguien, a lo mejor tenía razón, ¨entre más conozco a los humanos, mas quiero a mi perro¨.
Envenenar perros, no sería, para muchos, un hecho significativo, en momentos de extremo apuro en los humanos, que apenas comprendemos lo que nos pasa con la salud colectiva, si lo ha sido. Aunque, no sería un hecho sin precedentes, ni será, uno final. Por qué entonces, ha sido, todo un acontecimiento?. A lo mejor es la circunstancia. Estamos, ahora, empequeñecidos, impotentes, todo lo canalizamos a la humildad y a lo mejor, queremos demostrarla o compartirla en todos los aspectos de la vida colectiva. Francisco y el hermano lobo, podrían ayudarnos a entenderlo, pero en el eterno diálogo de las diferencias de poder, entre dos clases de animales, porque lo somos y porque esto, que pasó, lo confirma.
El grande contra el pequeño, el fuerte contra el débil. Pero si lo vemos así, solo sería un discurso inútil y no debemos perder el tiempo. Mejor refugiarse en la explicación. Lo que pasó en una sociedad que hasta hace meses, parecería de acero, indolente, irreverente, irresponsable, a la que un bicho microscópico ha sometido, en todas sus capacidades y más en su orgullo, la ha arrinconado en la comprensión de su verdadera dimensión y muchas cosas se vuelven significativas, y entonces, si, pega y duro, que alguien, sin sentimientos ni nobleza, mate a inocentes perritos.
Compañeros, humanos y perros, somos socios de una naturaleza y calidad similares y complementarias. Por eso, esto caló fuerte en la conciencia colectiva, que se ha distraído un poco, de su otra lucha, donde, muy humanos, pero somos los débiles, los pequeños y los incapaces.
No me gusta lo que alguien hizo. Me preocupa la dimensión que le hemos dado, no porque, los perritos no la merezcan. Llama la atención, porque, demuestra nuestras verdaderas posibilidades y una calidad humana, que, está visto, es vulnerable, en tiempos de gran conflicto,que nos forzan agazaparnos, que no lo es, a los mismos hechos, cuando estamos en toda nuestra grandeza y entonces, son poco importantes, justificables y hasta necesarios.
Y lo pienso frente a un humano, como yo, que, no está conforme con que alguien asesine perritos, pero sigue comiendo un buen filete de res, o un excelente caldo de pollo. Matices más, matices menos, nuestra calidad, es, eso, es humana, elástica y flexible, conforme la vida nos la pida. Después de todo, nosotros somos los que definimos todos los detalles de nuestra vida.