Definir qué o como se valora una vida humana, tiene que ver con un circo, con un teatro y con un lenguaje de muchas lenguas.
Qué difícil es para los humanos reconocer lo que otros humanos hacen.
En especial cuando sus actos pudieran resumirse en el concepto de exitosos, porque son pocos los que aceptan con honestidad ese valor y muchos quienes lo ponen siempre en entredicho.
La sabiduría popular lo confirma: Ninguno es profeta en su tierra.
A JUAN GABRIEL le pasó y con frecuencia en su vida, pública y privada. De hecho no pudo tener una vida privada como cualquier otro humano la tendría.
Su fama, fue la principal razón para que JUAN GABRIEL fuera destinatario de ese egoísmo que solo potencializa el fracaso social.
Que bueno que encima de esa negatividad, JUAN GABRIEL supo imponer su inteligencia para entender lo que necesitan los humanos en una selva de intereses y pasiones, en una comunidad a la que le sobra desesperanza, desilusión, desgano y en una familia humana que necesita afecto.
Esas fueron las razones de sus canciones y esas fueran las razones de la identidad de arte con los mexicanos y mexicanas, con los latinos y latinas, con muchos habitantes de este globo terráqueo hastiado de buscar esperanza y no encontrarla.
Su vida como persona siempre estuvo en el entredicho de la insana opinión pública, pero JUAN GABRIEL supo enfrentarla con respeto y tolerancia. Pero no canceló sus sentimientos en vida y ahora los sabemos, también en su muerte.
Su decisión de que su “muerte no fuera un circo” nos da entender que pudo ubicarse como persona en una humildad que generó su grandeza y ahora le da inmortalidad. Constituye una gran lección que debemos aprender.
Quieres saber tus virtudes, muérete! Dice el refrán popular… quieres saber tus defectos cásate o sé importante.
La decisión familiar de cremar en absoluta privacidad el cuerpo de JUAN GABRIEL, respeta su voluntad.
Todos los que pudieron se subieron a muchas clases de oportunidades, pero en verdad, muchos han sentido su ausencia.
Alojemos en el remordimiento de conciencia a otros tantos que siempre vieron en el canta autor un pretexto para envidiar talento que la vida no les concedió.
La decisión de JUAN GABRIEL les ha dejado una respuesta clara, les entregó su vida, pero no su muerte, ésta si será privada.
Por supuesto que merecería todos los homenajes que le preparaban a su cadáver, por supuesto que merece las lágrimas honestas de mucha gente sencilla que encontró en sus canciones aliento para rehacer sus vidas.
Sin embargo, la continuidad de esa tolerancia respetuosa con la que tomó JUAN GABRIEL las críticas y las intromisiones a su persona, será la fuerza con la que se mantendrá su leyenda.
Quien tenga ojos que vea, dice la escritura… quien tenga oídos, que oiga.