En estas fechas, la silla vacía no solo habla de la ausencia, también nos enfrenta a una verdad inevitable: nada es permanente. Hoy compartimos la mesa, la conversación y la risa, pero mañana la vida puede cambiar sin aviso. Por eso, cada abrazo, cada palabra y cada momento adquieren un valor distinto cuando entendemos que no siempre estarán ahí.

La ausencia duele, pero también enseña. Nos recuerda que el amor no desaparece con la partida, que permanece en los recuerdos, en las tradiciones que se repiten y en la decisión consciente de la familia de seguir unida. Al mismo tiempo, invita a mirar a quienes hoy sí están, a valorarlos sin reservas, a no postergar el afecto ni las reconciliaciones.

La silla vacía se convierte entonces en un mensaje silencioso: amar hoy, cuidar hoy y agradecer hoy. Porque aunque mañana no sea seguro, el amor que se entrega a tiempo se queda para siempre, sosteniendo la esperanza y fortaleciendo a quienes continúan el camino juntos.

Feliz Navidad, lectores de La Ruleta.