Llegar a viejo, no es fácil.  Disfrutar la vejez, es difícil y en muchos casos imposible. La vejez, cursa, casi siempre, entre las enfermedades viejas o nuevas, el sentimiento de imposibilidad para mantenerse por si solos y la tradicional culpa de no querer ser, una carga para nadie.

La vejez implica una rendición de cuentas, con uno mismo y con los demás. 

El final de la vida, implica rendirse también. No hay plazo que no se cumpla.

Sugiere un balance de todos contra uno, y de uno, contra todos.  Que lejos está el poeta para que, llegado el momento, sea cierta su afirmación de, nada te debo, nada me debes, estamos en paz. Es poesía y buenas intenciones. 

En estos tiempos de pánico, enojos, rencores y venganzas, las prisas, la polarización y los remordimientos,  en que se viven, tienden a menospreciar, el valor de las personas, solo por serlo y privilegian únicamente las contribuciones de cada persona al todo social.  No siempre las del todo social hacia las personas.  Hacer cuentas no es un ejercicio de optimismo, porque, siempre, la sociedad, como todo, tiene pendientes, cuentas, muchas cuentas por pagar.

En el caso de los ancianos, no hay dudas.

Las leyes tutela derechos, que, luego, en la vida real no se realizan.  Las políticas públicas, atienden con prioridad a quienes producen, permanentemente y contribuyen con sus lanitas, a financiar el gasto público.  Eso sería justo, si todos, produjéramos permanentemente y tuviéramos el privilegio de pagar impuestos… así, como lo leyó, el privilegio, porque la mayoría de los mexicanos no tienen un trabajo seguro ni un salario seguro y no pueden pagar, el total de impuestos que les correspondería, si acaso, algunos y eso por que no les queda de otra, como en el caso del i.v.a.

Para quienes tuvieron un trabajo permanente, durante muchos años, pagaron impuestos, pocos o todos, y la política social del gobierno les concedió la asistencia de alguna institución de seguridad social, existen compensaciones, correctas o no, completas o no, de que, después de un largo periodo, puedan recibir un ingreso y ayuda medico asistencial hasta el último de sus días.

Pero ¿y los que no lo tuvieron?, los vendedores ambulantes, los toreros, los temporales, los de suplencias y tantos que disimulan su falta de empleo permanente diciendo que se dedican al comercio o a la agricultura, quien o quienes les proporcionaran esas compensaciones, si ni contribuyeron al fisco, ni pudieron comprar un seguro de vida y gastos mayores.

Hablar de pensiones y jubilaciones, es el lado bonito de la responsabilidad del Estado.

Y está bien, porque, los viejos lo merecen.

Por eso, me da gusto, que el Gobierno Federal ha planteado un proyecto de reforma al Sistema de pensiones.

Me sorprende, en medio de la rispidez y lejanía de los sectores económicos, que hayan sido capaz de unificar criterios y decisiones entre las organizaciones patronales y las organizaciones de trabajadores.  Eso indica mucho.

Me sorprende más, que los tres sectores de la economía, hayan aceptado, bajar el número de años laborables para merecer una jubilación.  Hasta ahora, en promedio 25 años trabajados y de prosperar esta iniciativa, podría bajar a solo 15 años.

La formula parece todo un acierto.  El sector patronal y el gobierno, aumentan su aportación monetaria y los trabajadores seguirán aportando lo mismo, para que, se vean beneficiados en un aumento del 40% promedio en los montos a recibir como jubilación, porque también acordaron con los bancos que disminuya los costos de operación de Afores.

De verdad plausible la decisión. Beneficiará a los trabajadores con menos ingresos y se reduce la edad mínima para pensionarse a partir de los 60 años. Era algo urgente.

Me da gusto la concurrencia en el tema y la concordia, de sectores empresariales, que, en otros temas no coinciden con el gobierno y de representaciones laborales que, en la modorra, también se mantenían lejanos de quienes dicen representar.

El éxito de la propuesta confirma, la originalidad de un pensamiento de izquierda, clásico, pero utilizable, que pujó porque la carga de esta modificación la lleven los empresarios.  Queda sin embargo, la deuda, con quienes no tienen sistema de asistencia social y que, aún a las buenas intenciones se seguirán moviendo entre el disimulo del Estado, que, para ellos, por el momento no tiene seguridad ni certidumbre, para que, si es que llegan a la vejez, puedan dar testimonio de una rendición de cuentas claras y justas.

Por el momento, los no asalariados que son mayoría, siguen siendo cuentas pendientes de pagar.