En Puebla, el tema de los desaparecidos sigue siendo tratado como un asunto menor, como si no se tratara de vidas humanas arrancadas de golpe y sin explicación. Las cifras oficiales no reflejan lo que realmente pasa en las calles, en las colonias, en las familias que llevan meses o años buscando a sus seres queridos. Es más cómodo para muchos mirar a otro lado, no hablar del tema, no cuestionar por qué el Estado ha sido incapaz de responder con seriedad a esta crisis.
Mientras tanto, los colectivos de búsqueda hacen el trabajo que las autoridades no hacen. Son principalmente mujeres (madres, hermanas, esposas), las que salen a buscar entre terrenos baldíos, fosas clandestinas y archivos mal llevados. Lo hacen con lo poco que tienen, enfrentando amenazas, negligencia institucional y una carga emocional que nadie debería soportar solo. No hay acceso claro a información, los protocolos se aplican tarde o nunca, y la Fiscalía muchas veces actúa con más burocracia que voluntad.
La indiferencia institucional va de la mano con la indiferencia social. Hablar de desapariciones incomoda, como si al no nombrarlas, dejaran de existir. Pero los nombres siguen ahí, los rostros en carteles pegados por toda la ciudad, y las ausencias en las casas que ya no duermen. Puebla tiene un problema serio, pero mientras no se le mire de frente, seguirá creciendo bajo tierra, como tantas historias que nadie quiere contar.
Es triste ser testigos mudos de un problema que en cualquier momento puedes llegar a nuestras vidas…




