Sentados un grupo de jóvenes en una mesa de conocida cafetería de Tlatlauquipec se acerca una niña de unos 4 años.

-Erizos hervidos
Palabras que rompen la conversación que se llevaba acabo.
– No hija, gracias
Salió de uno de los que ocupaba la mesa, para seguir con su plática.
-Compre…
Vuelve a interrumpir la voz de la niña.
-No, gracias.
Responde nuevamente el mismo ocupante de aquella mesa.

La niña continua por otras mesas con la misma oferta, recibiendo la misma respuesta en todas. Llega hasta mi mesa, nunca dejé de seguirla con la mirada, sólo faltaba yo, ella lo sabía, y yo lo sabía. Camino hasta mi mesa, más nunca le retire la mirada.

-Erizos hervidos
¿Cuanto cuesta la bolsa?
-De a 10

Ya no se generó más diálogo, entregue la moneda de 10, recibí mi bolsa de erizos y me dispuse a comer uno y regalar los demás a los meseros.
¿Hice bien o hice mal?

Pregunta que buscaba respuesta en mi cabeza.

Bueno, hice bien por que nadie le compró, pobre niña, cuantos «no» recibe al día.
Pero creo que no fue correcto, la niña solo viene enviada por sus padres, de seguro ya le quitaron la moneda.
Ese debate ocupaba mi mente cuando oí…

-Cilantro

Volteo y era ahora un niño de unos dos años, el manojo se veía enorme en su mano, claramente se veía que no tenía mucho de haber aprendido a caminar, y ya andaba vendiendo cilantro.

Llegó a mi mesa, no podía ni pronunciar bien.
Le di una moneda de 5 pesos, me levanté y salí del lugar. Ya afuera pude observar a una joven de unos 15 años que recibió al niño y lo cargo, temeroso me acerque y pregunté que dónde estaba la mamá del niño.

-Soy yo

Fue lo único que pude preguntar, se alejó presurosa y aparentemente temerosa.

Ahí caí en cuenta que México reclama el costo de la gasolina, reclama el racismo de Trump y las desfachatez de los políticos, pero no reclama la injusticia a sus indígenas.