Aunque hoy parecen figuras muy distintas, el papa puede considerarse una especie de heredero simbólico del emperador romano, sobre todo después de la caída del Imperio Romano de Occidente (año 476).

Con la desaparición del emperador en Roma, el obispo de la ciudad (el papa) fue ganando poder e influencia. Mantuvo la centralidad de Roma y asumió funciones políticas, además de liderar espiritualmente al mundo cristiano.

Algunos títulos y símbolos del papado (como el uso del trono o el título de «Pontifex Maximus») provienen directamente del antiguo imperio. Incluso durante siglos, los papas coronaron reyes y actuaron como autoridades en asuntos de Estado.

No son lo mismo, pero el papa asumió parte del lugar que dejó vacío el emperador: una figura central con poder espiritual y político.