La vida del ser humano transcurre entre el vicio y la virtud.

Vicio era, para los griegos el error, lo inconveniente, lo negativo.

Virtud el acierto, lo conveniente, lo positivo.

Alejarnos del vicio, acercarnos a la virtud era, es, seguirá siendo el ideal de los humanos.

La honestidad nos alejaría del vicio, la humildad nos acercaría a la virtud.

Solo así encontraremos la eficiencia en nuestra vida y podremos servir bien a los demás.

Se predica fácil, practicarlo es lo  difícil, pues entre la posibilidad y la buena intención median los intereses, los egoísmos, las vanidades.

TERESA, la MADRE DE CALCUTA, quiso, supo y pudo conciliar estos objetivos, en la más sana de las discreciones pero en la más sabia de las decisiones.

Ahora SANTA TERESA DE CALCUTA será por derecho propio, símbolo que pueda ayudarnos a intentar cumplir nuestra misión humana.

Este reconocimiento a sus virtudes humanas y esta responsabilidad que ahora se le reconoce, viene a tiempo, en una sociedad  donde el bien mayor es la apropiación personal de todo y la acumulación de la riqueza.

Estos son males mayores de una sociedad, reconocidos por muchos de los científicos más respetados y soportados a veces con abnegación, a veces con rebeldía, por millones de pobres y marginados, consecuencia de estas distorsiones, disimulaciones y omisiones del compromiso fundamental de vivir en sociedad.

SANTA TERESA DE CALCUTA será ejemplo de una vida de humildad dedicada a los demás, pero sobre todo, será ejemplo de que todos, los que quieran, podrán hacer lo mismo.

Hay muchas circunstancias en la cuales, la acción de la política no corrige los errores humanos, al contrario las justifica y las perpetua.

Entonces, el ser humano busca otras vías de corrección, de cambios en el ejercicio indebido, inmoral,  pero el más frecuente del poder que propicia la política.

En los ejemplos de hombres y mujeres que decidieron y aprendieron a servir a los demás, sin quitarles algo, sin utilizarles para algo, están muchas posibilidades de reordenar la vida de la sociedad, pero no para justificar los errores de quienes dirigen a la sociedad, menos para suplir o substituir sus responsabilidades.