Irma Hernández Cruz dedicó más de treinta años a la enseñanza. Jubilada a los 62, no quiso quedarse quieta, decidió seguir trabajando como taxista en Álamo, Veracruz, para mantenerse activa y apoyar a su familia.

El 18 de julio fue secuestrada en pleno centro del municipio. Después apareció en un video, arrodillada y obligada por hombres armados a lanzar un mensaje de amenaza a otros taxistas. Cinco días más tarde, su cuerpo fue hallado sin vida en una zona rural. Según autoridades, murió de un infarto, probablemente provocado por el terror vivido durante su cautiverio.

La Maestra Irma no debía morir así. Su historia refleja la realidad de millones de mexicanos que, pese a su esfuerzo honesto diario,, siguen enfrentando un país donde el crimen impone las reglas y el miedo gobierna.

Su nombre no puede olvidarse. Irma era una mujer valiente y su muerte duele porque simboliza la derrota de quienes solo quieren vivir con dignidad, de quienes solo buscan una vida en paz, de trabajo, de dignidad y esfuerzo para mantener a sus familias.

La presidenta de México señaló que este crimen no quedará impune, un señalamiento que siempre acompaña estos hechos. Pero que en la realidad, solo quedan en eso, en señalamientos medudticos.