Por unos minutos de entretenimiento quizá no valen la pena tres días de contingencia ambiental y todas las consecuencias a la salud humana y animal.

En prácticamente todas las culturas, el aspecto religioso convirtió al Sol y al fuego en principios sagrados, divinidades dadoras de vida, y desde la antigüedad la forma de reverenciarlos ha sido encendiendo fuegos en todas las creativas formas que ha descubierto el hombre a través del tiempo.

Las celebraciones en la época novohispana, por ejemplo, se caracterizaron por el uso de los fuegos de artificio o la pirotecnia, que exaltaban las fiestas particularmente religiosas con mensajes de alabanza y júbilo.

«La connotación divina del fuego se complementó en las culturas populares con ritos de purificación y renacimiento, además de una fuerte dosis de magia que producía —y produce todavía— gran ‘atracción’ y enorme ‘temor’, pero, sobre todo ‘el deseo de dominarlo’, lo que sucedería en parte, con la invención de las armas de guerra, con los oficios que lo utilizaron y con los fuegos festivos», señala la autora María del Carmen Vázquez en su libro ‘Cohetes de regocijo, una interpretación de la fiesta mexicana’.

Pero, pese a las grandes tradiciones, en donde incluso a los artesanos de artificios han jugado un papel fundamental, incluso a nivel internacional, ¿qué tanto vale la pena continuarlas en detrimento del medio ambiente y de la salud de nosotros mismos y la fauna que nos rodea?

La abogada ambientalista argentina, María Victoria Marchisio, ha afirmado que «el ruido en exceso afecta sensiblemente a la salud emocional y física de muchas personas con baja tolerancia al ruido, afecta gravemente a las personas autistas y con otras patologías sensibles, y también daña a los perros, gatos y a otros animales domésticos con los que muchos de nosotros vivimos y convivimos a diario».

Y es que los cohetes (voladores) y toda la pirotecnia propia de estas fechas, no solo contienen pólvora: están elaborados con una gran cantidad de sustancias químicas que se liberan en el ambiente y tienen efectos muy nocivos, particularmente en las vías respiratorias, siendo los niños y las personas de la tercera edad los más vulnerables.

¿Qué pasa en el ambiente?

El pasado 25 de diciembre en muchos lugares amanecimos con un olor a pólvora, y en algunas ciudades, como la capital mexicana, se declaró contingencia ambiental debido a la quema de cohetes.

La liberación de estos químicos y metales pesados en el aire tarda incluso varios días en disiparse, debido también en parte a que la época invernal favorece la concentración de estas partículas en el ambiente.

Además, el perclorato de sodio puede llegar a contaminar cuerpos de agua, afectando a la fauna que vive en ellos, de acuerdo con estudios presentados en la revista Enviromental Sciense & Tecnologhy.

Tradiciones  que pueden ser mortales

En México, es común salir a tronar cohetes al terminar la cena de Navidad. Los niños, son los que se sienten principalmente atraídos por esta actividad, alentados por los propios padres, quienes en muchas ocasiones carecen de conciencia ambiental y de seguridad. Trasladan estas tradiciones o costumbres a sus hijos y los exponen a riesgos que ponen en peligro sus vidas. Los hospitales de cada localidad deben atender cada año cientos de accidentes provocados por esta actividad, donde la pérdida de miembros del cuerpo es el común denominador.

Nuestras mascotas

Cada año cientos de animales mueren por causas relacionadas con la pirotecnia. Lo que para unos es un festejo para otros es una tortura que pude terminar en la muerte, dice la organización Animal Heroes.

Y para evitar que nuestros perros, gatos u otras mascotas sufran los estragos de los artefactos pirotécnicos, la organización sugiere que los mantengan resguardados en interiores, preferentemente alejados lo más posible de las ventanas o donde el ruido es percibido con mayor impacto.

Mantenerlos con su respectiva placa, y pueden utilizar el llamado ‘vendaje Tellington’, que les brinda seguridad.

Adriana Buentello / RT