Han pasado veintiséis años desde aquel Octubre de 1999, cuando el cielo se desplomó sobre las Sierras Norte y Nororiente de Puebla. Las lluvias cayeron sin tregua durante días y la tierra, saturada y herida, cedió bajo el peso del agua y los años de abandono. Teziutlán, Huauchinango, Tlatlauquitepec, Zacapoaxtla, Cuetzalan… los nombres de esos pueblos quedaron marcados por el lodo, el silencio y la memoria de más de doscientas vidas que se perdieron en cuestión de horas. Fue una de las tragedias naturales más devastadoras del siglo en México, y aunque el tiempo ha pasado, el eco de aquel desastre sigue presente en cada cerro que llora con la lluvia.
Hoy, en Octubre de 2025, la historia parece repetirse. Las lluvias vuelven a caer con furia sobre la misma tierra que nunca terminó de sanar. Los ríos se desbordan, las carreteras se quiebran, las casas se deslizan montaña abajo como si la naturaleza estuviera recordándonos que nunca se olvida lo que no se aprendió. Nueve muertos, miles de damnificados, decenas de caminos sepultados: las cifras de este año son menores que las del 99, pero el dolor tiene el mismo rostro.
En 1999 no existían los sistemas de alerta que hoy monitorean cada nube, ni los helicópteros que sobrevuelan las montañas buscando sobrevivientes. Pero sí existía la misma raíz del problema: la pobreza, la deforestación y el olvido institucional que empujan a cientos de familias a construir sobre las laderas donde la vida pende de un hilo. Hoy hay más tecnología, más mapas de riesgo, más promesas de prevención, pero los cerros siguen cediendo y las familias siguen perdiéndolo todo.
Cada Octubre, las Sierras Norte y Nororiente se convierten en espejo del pasado. El agua no distingue años ni gobiernos, solo busca su cauce. Las lluvias de 2025 nos recuerdan que la tragedia de 1999 no fue un hecho aislado, sino una advertencia que no supimos escuchar. La naturaleza repite su mensaje con la paciencia de quien sabe esperar: si no cuidamos la montaña, la montaña hablará por sí misma.
Y cuando habla, lo hace con la voz del agua, con el rugido de los ríos, con la lágrima silenciosa de quienes lo han perdido todo otra vez. Octubre vuelve, como entonces, a recordarnos que la memoria no sirve si no se transforma en conciencia.