De los grupos de electores, en todas las naciones, los jóvenes son los más difíciles de escuchar, entender, dialogar y acordar.

De los modelos, estilos o formas de gobierno, la democracia es, la que parece, más cercana a la voluntad de la gente.

Siempre se ha cargado a la democracia, la mayor capacidad de intervención, la mejor  posibilidad de solución de problemas y  la más viable probabilidad de paz y concordia.

Pero, al mismo tiempo, se le reclama no haberlas  conseguido.

Son los jóvenes, quienes menos confían y prefieren a la democracia, como ese modelo ideal que les permitiría modificar radicalmente las condiciones reales de su vida.

La verdad es que, los jóvenes son quienes menos han recibido beneficios de la democracia. Son también quienes menos han podido intervenir en ella.

Desde ahí la desconfianza o el desencanto.

Además también es cierto que a la democracia se le han adjudicado muchas opciones que, ahora sabemos no tiene.

Sin embargo todo esto no es lo más importante.  Preocupa la solución, inercial o deliberada, hacia mayores controles.

Cada día los jóvenes se inclinan por la fuerza o el vigor para determinar las acciones en un gobierno, al cual atribuyen límites más amplios y flexibles, con tal de poner en orden, lo que ahora está totalmente desordenado, vuelvan útil, lo que ahora no sirve y promuevan mayor participación de los votantes en las tareas colectivas,  que no tanto en la toma de las decisiones mismas.

Alguien nos diría que prefieren un gobierno cada vez más autoritario.

Muchos estudios sobre la satisfacción de resultados democráticos, indican que los ciudadanos se han vuelto más desesperados, más críticos con quienes toman decisiones y han desechado, prácticamente el valor de los partidos políticos como vía para asegurar soluciones.

También han expuesto con mayor claridad su desconfianza con la democracia como sistema político.  Manifiestan sin temores su desilusión y por lo mismo su falta de interés y confianza sobre ese tipo de gobierno, por muchos años, casi sacralizado.

Lo peor es que, entre los grupos que más se identifican con estas posturas están los jóvenes, que, lejos de actuar como aquellos resortes de cambio, para hacer más democrática la democracia, expresan cada día más, su preferencia por estilos o alternativas autoritarias.

Cosas de la desesperación.  Siempre se pensó en los jóvenes como activo insuperable para hacer más libre y eficiente a la democracia.

Pero no, están tan cansados de oir, ver y sufrir, que prefieren por un modelo basado en un  líder duro, que a lo mejor se extralimite en el respeto a las leyes, pero que tenga el vigor, la fuerza, la decisión de hacer, lo que se debe hacer, para cambiar las cosas.

Este perfil, parece es el que está orientando las últimas decisiones políticas electorales.

Es decir, aun cuando un país tenga una democracia consolidada, la percepción de la población ya no la considera el modelo ideal de gobierno y se pronuncian por otros, que algún día fueron considerados distorsiones democráticas negativas.

Dicho de otra manera, muchos ciudadanos ya no están convencidos de los resultados democráticos, no están de acuerdo en cómo funcionan las instituciones democráticas y por lo mismo están decididos a abandonar a ese modelo de gobierno.

Esta postura es respetuosa, pero bien grave, porque, al irse por lo aparentemente más cómodo, de conceder poderes extralimitados a un gobernante, podrá terminar siendo lo más cara y riesgosa de las posibilidades.

Sea como sea, los jóvenes,  paradoja del destino, serían, ahora, los menos democráticos. Y siendo generaciones nuevas, la sola idea, atenta con cancelar la democracia, porque al no haber confianza y credibilidad, nada asegurará su existencia