Según estudios, los seres humanos tenemos conciencia a partir de los tres años de edad y, de acuerdo a eso, también empezamos a guardar las memorias que nos acompañaran el resto de nuestra vida; pero, ¿Tú te acuerdas qué hacías a partir de esa edad?

Probablemente la repuesta a la pregunta anterior, sea no, pero sin duda, si eres de los que tuvieron la fortuna de contar con hermanos mayores, sabrás ya, que siempre fuiste el blanco fácil para que ellos obtuvieran el mayor beneficio o en el mejor de los casos, el regaño menos feo, ya que, destruir las obras más preciadas del hogar y de mamá, utilizar la pared más blanca y perfecta como espacio perfecto para plasmar tus ideas y mejores rayones, hasta conseguir los permisos más complicados, no siempre fueron mejores ideas, sin embargo, en su momento, te arriesgaste y lo hiciste porque, de acuerdo a las ideas de ese hermano mayor, era lo mejor para los dos.

Ahora que, sí eres hijo único, también te habrás dado cuenta que, las cosas también eran hasta cierto punto sencillas, pues poner cara de ‘yo no fui, hasta llorar amargamente por algo que seguramente era insignificante, no era cosa del otro mundo, ya que en su mayoría, la victoria siempre tuya.

Destruir, romper, desarmar, rayar, esconder, pintar tu cara con maquillaje, alimentar a la mascota con tu propia comida, tirar y volver a destruir son algunas de las actividades que disfrutamos cuando éramos niños y que, en gran medida son el resultado de lo somos, pues con cada una de esas aventuras en las que éramos Superman, la Mujer Maravilla, el integrante de una banda de rock, la estilista, el médico y por supuesto la mejor Cheff (¿Quién no hizo pasteles de tierra con los mejores utensilios de cocina?), y que, claro  seguramente ya has pagado o en su defecto pagarás todas y cada una de ellas, porque para eso, las amas de casa son más cuidadosas que cuando empezabas a pedalear una bicicleta sin rueditas.

Cómo haya sido, la infancia ha sido, desde mi particular punto de vista, una de las mejores etapas del individuo, pues con ella descubres qué tan alto eres capaz de saltar, qué tan hábil eres para hacer el mejor postre, qué tan sociable eres al tomar un té con tu ejército de muñecas y cuántos superhéroes llegas a ser en tan solo cuestión de minutos y en qué tiempo eres capaz de maquinar la mejor travesura de ti vida, sí, esa que aún te hace sonreír, esa que saca una mirada pícara y que también vuelve a revivir ese “monstruo” que vive en los papás, abuelos, tíos y todo aquel por qué el algún día estuviste bajo custodia.

En fin, mi caso la mayor travesura fue hacer bromas telefónicas a toda la República Mexicana, claro está, me duró el gusto hasta que el recibo de pago habló por sí solo y la llamada de atención y el castigo fueron mis compañeros por lo menos dos semanas. ¿Cuál fue tu travesura más grande?