Alguna vez entendí el poder de los dibujos inteligentes.  Me hacían ver y comprender algo que a simple vista no era fácil.  Me transportaban a un mundo que yo creía debía ser.  Me daban razones para hacer lo que debería hacer, pero sobre todo, me dieron energía y entusiasmo, sobre una vida que, a pesar de su dictadura de tristeza o incapacidades, puede ser leída con los mismos ojos, pero con sentidos diferentes.

La alegría de los dibujos inteligentes, hacía de la fantasía, el arma de la transformación, al menos en el pensamiento.  Libera, promueve, capacita y educa para un cambio de circunstancias.  

En la ironía, en la honestidad y franqueza, los dibujos inteligentes dicen mucho más de lo que se puede ver a ojos de buen cubero.  Y es que, en eso, tienen razón los viejos filósofos chinos:  “Una imagen vale más que mil palabras…”……”Mas vale, la más pálida de las tintas, que la más brillante memoria”.

Eduardo del Río,  RIUS, murió hace unos días y continuará siendo una leyenda, la leyenda de la ironía, de la crítica perversa y del ataque indirecto.  Ninguna de estas características mata a nadie, o bueno, a todos, mata pero de risa.   Sin embargo su mensaje no se pierde, hiere más que una bala o un cuchillo.

RIUS, se integró a toda una generación de periodistas que hicieron de su pluma su fusil.  Abel Quezada, aquel que distorsionó con sus dibujos a los hombres públicos y de poder, a las profesiones y a las organizaciones.  Sus dibujos eran simples, sus contenidos, duros, ácidos, puntillosos, llenos de desenfado y con el pitorreo propio del crítico más poderoso.

Empezó a publicar sus caricaturas en 1955 en la revista Ja-Ja, después en el periódico Ovaciones, El Universal, La Prensa  y la Jornada.  Luego revistas propias, en colaboración con alguno otro caricaturista más.  Con Helio Flores y Naranjo, la revista “La Garrapata”,  El azote de los bueyes, decía su lema. Luego “El Chamuco” y por fin  “Los Supermachos” y “Los Agachados” expresión elegante del discurso coloquial.  Atrás habían quedado “La Gallina”, “El Chahuistle” y  

“Los hijos del averno”. Y al final, libros, compendios completos de enormes charlas humorísticas sobre un solo tema, que se convirtieron en clásicos y algo parecido a los bestsellers y que además educaban en la alimentación, la salud y los temas base de cualquier debate público de ese entonces.

Por sus caricaturas, Rius fue perseguido y hasta encarcelado.  Eran los tiempos del poder cínico y arrogante, que creyeron que callando voces importantes impedían el registro histórico de sus errores, excesos y abusos.

Sin miedo, Rius los enfrentó y en su estilo, los venció.  Hizo del caricaturista, un crítico con amplio sentido del humor que colocó siempre en el centro, pero como acusado, al poderoso político o al ambicioso empresario.

No hubo personaje importante que dejara de recibir de Rius, el mensaje directo, que a ellos, que mandan, no les gusta, les incomoda.  Sus dibujos eran de un espía, que por la rendija deslizaba su contenido directo, que apenas, la risa, el humor disimula.

Rius nunca tomó la vida con la seriedad o sobriedad de la mentira, ni cuando fue seminarista. Por cierto la iglesia católica lo excomulgó por uno de sus libros, “Manual del perfecto ateo”.

La risa será, siempre, el remedio perfecto contra todos los males, de la salud física y de la salud social que, no obstante, no disfraza, mas bien, como que maleduca, pervierte esa inocencia o candidez que los gobernantes, los políticos y los poderosos, quieren siempre nos mantenga presos.

Harán falta más Rius, más irreverentes, mas irrespetuosos, porque los políticos de hoy, también se han hecho más cínicos, mas descarados, más amigos y cómplices de la corrupción y la impunidad, sus compañeras de diario en la función pública.

Contra ese cinismo, contra las burlas que siempre hacen muchos políticos, (todos, debería decir), Rius levantó la autoridad moral de reírse y burlarse de ellos.  Sus caricaturas fueron como una venganza, que mueven conciencias y enseñan a abrir los ojos.

Rius hubiera ganado cualquier elección, claro, de haber perdido su verdad, su risa, su enorme capacidad de alburear y finalmente su habilidad de decir verdades que duelen, pero con risa.

Descansa en paz Rius.  Tu recuerdo estará siempre, con quienes, como yo, nos gusta reír del cinismo ajeno. A lo mejor para no reconocer el propio.