En el parque de Tlatlauquitepec, uno de los grandes encantos no solo es su belleza natural, sino también esos pequeños carritos que se llenan de alegría con los churros, las palomitas y los cacahuates. Estos puestos son parte del alma del lugar, y detrás de cada carrito hay personas que con dedicación y esfuerzo mantienen viva una tradición que alegra a grandes y chicos.
Quienes preparan estos productos trabajan desde temprano para ofrecer opciones que deleitan a todos. Los productos se sirven con chile molido, salsa Valentina, sal y limón, aunque también hay quienes los disfrutan simplemente sin nada. No es solo vender un producto, sino compartir un momento de alegría y sabor con los visitantes y vecinos. El crujir del churro, el sabor de las palomitas y el toque salado de los cacahuates hacen de cada compra una buena experiencia.
Estos carritos son más que un negocio; son parte de la comunidad, un punto de encuentro donde se cruzan historias, risas y recuerdos. Gracias a ellos, el parque de Tlatlauquitepec no solo es un lugar para disfrutar la naturaleza, sino también para saborear la calidez y el esfuerzo de quienes con su trabajo cotidiano le dan vida y sabor al día a día.




