Somos una cultura totalmente dependiente del maíz. Su expresión más significativa son las tortillas.

Es el lujo de más de dos terceras partes de las familias mexicanas.

Son el símbolo más frecuente de la identidad mexicana.

Son en la mayoría de mexicanos, el alimento fuerte, con vitaminas y minerales adicionadas o no en la harina de maíz con la que se hace la masa y de ahí las tortillas.

Y los tlayoyos en la Sierra Norte Poblana, las tilas en otras comunidades, las gorditas, las picaditas, los huaraches, etc. Etc.

Ninguno en su sano juicio, hoy en día, se sienta a comer, si no hay tortillas.

Muchos en su sano juicio también, ni siquiera se sientan a comer tres veces al día, como Dios manda, como el Médico prescribe, como el gobierno debería proveer.

Parece que en adelante, crecerá el número de mexicanos que no podrán comprar ni comer tortillas, porque, el precio del kilo, crece, crece, crece, crece…y el salario, cuando lo hay, o el salario mínimo, cuando lo hay, no alcanza para las taxcals, como decimos aquí en el rancho.

Eso es grave, gravísimo, si establecemos como condición real del ingreso familiar, que si no alcanza para tortillas, menos para carne, leche y huevos, esa canasta básica que todos pueden referir, pero que muy pocos conocen diariamente, y muchos más, ni conocen.

Hay momentos y decisiones en las cuales, las leyes del mercado no pueden, no deben, mandar.

Unas de ellas deberían ser las que intervienen en esos productos que llamamos de consumo básico y que integran el ideal, el sueño de una “canasta básica” que debería estar escrito en la Constitución como un derecho a cumplir obligatoriamente por el pueblo y el gobierno en general.

Pero no lo está. Ningún legislador, incluídos los indígenas, que por folklor agregan los partidos políticos como candidatos, han podido pensar, menos inducir, que comerlos, diariamente, quede consagrado como obligatorio en la Carta Magna, en la Constitución Mexicana que en unos días conmemoramos en su centenario de existir.

En su lugar, claro y contundente están las obligaciones de la salud y la educación entre otras, pero el rubro de alimentación, no lo está.

Sé también que ustede podrá decir que eso no serviría de nada, con esa convicción popular de la la ley, en este país, está hecha para violarla. Pero a pesar de ello, deberíamos intentar, que esté en la Ley, porque es el inicio de una serie de condiciones que podrían comenzar a construirse.

Las noticias nos dijeron hace mas de una semana, que el precio de la tortilla llegaría hasta 14 pesos con 40 centavos, como mínimo, en un horizonte de un mes, el de enero, de este fatal y doloroso 2017.

Y no nos engañaron, el sábado, las tortillerías comenzaron a pedir más de 13 pesos un modesto kilo de tortillas. Modesto en todo, menos en satisfacer el hambre porque, al no haber carne, hay que entrarle con muchas tortillas.

No veo en el gobierno federal, al que le toca esta regulación, intención ni voluntad para controlar el precio de las tortillas. Es una omisión que condena a millones de mexicanos pobres a dejar de comer, lo único, que aunque sea poquito comen hasta hoy, veces con un chilito, veces, menos veces con frijolitos, que también están por las nubes.

Esto no es, por supuesto consecuencias de las reformas del gobierno federal, porque la industria de la masa, desde hace muchos gobiernos fue vendida a los extranjeros. Pero por supuesto que es una consecuencia de esa visión del gobierno federal, cuyos líderes siguen pensando en que a los mexicanos se gobierna con pulque y saliva.

Y si eso es cierto, para que quieren tortillas. No más lujos, en épocas difíciles para el país, nos dirán los dueños del poder y del dinero en nuestro pobre y abandonado México.