La Semana Santa no es solo una fecha en el calendario. Es un tiempo que nos invita a detenernos, a mirar con el corazón y recordar lo que muchas veces olvidamos: que el amor más puro fue capaz de darlo todo por nosotros.
Es una semana que comienza con palmas y cantos, pero que poco a poco nos va llevando a los momentos más profundos del dolor, del silencio y de la entrega total. El Jueves Santo, Jesús nos enseña que el verdadero poder está en servir, que amar es arrodillarse ante el otro, incluso cuando sabemos que nos va a fallar. El Viernes Santo, el mundo parece oscurecerse. El amor es clavado en una cruz, y nos cuesta entender cómo tanta injusticia pudo caer sobre alguien tan bueno. Pero en medio de esa cruz, hay una promesa silenciosa: que no todo termina ahí.
El Sábado Santo es el día del silencio, de la espera. Nos conecta con nuestras propias ausencias, con nuestros duelos. Y cuando parece que todo está perdido, llega el Domingo. La piedra ha sido removida, la muerte no tiene la última palabra, y la vida renace con más fuerza.
Semana Santa es eso: un camino desde la luz, hacia la oscuridad… y luego, de regreso a una luz nueva, más profunda. Nos recuerda que no hay noche tan oscura que el amor de Dios no pueda iluminar.