Sí, sí, sí; hablemos de algo que para muchos puede ser un tema sumamente “redundante” y hasta aburrido, algo que desde tiempos gloriosos ha existido y que no siempre (me atrevo a pensar que nunca), ha gustado a las mujeres, el acoso; aunque, no dejemos de lado que también existen algunas “damas” que llevan a cabo esta actividad.

Y es que, si lo pensamos, ¿a quién le gusta que lo vean de manera incómoda, aplicando el típico “desvestir con la mirada”? En realidad, creo que a nadie, pues el solo pensarlo me parece no solo una falta de respeto, sino un acto total de cobardía de quienes se atreven a gritar, a mirar e incluso a acercarse de más y hasta tocar inapropiadamente a la otra persona, sencillamente y en una sola palabra lo defino como algo repugnante.

Si alguna vez has pasado por esto, sabes de lo que hablo, entiendes perfectamente la impotencia, el coraje, la frustración y las ganas de golpear a quien te ha hecho sentir de esa manera, conoces la sensación de miedo, de angustia y la inseguridad que te da salir a las calles pensando que todos los que te rodean podrán atacarte e incluso, lo avergonzada (o) que estás por haber sido la víctima de ese otro que decidió echarte “nomás una miradita”, dando la impresión de querer despojarte de todo lo que llevas encima.

Seamos honestos, no es la ropa, ni la manera de caminar, ni los atributos que podamos o no tener, ni mucho menos el deseo de levantar comentarios incómodos, es más, creo que la mayoría de nosotros, salimos con la intención de caminar sin molestar y ser molestados, claro, estando alertas a lo que sucede a nuestro alrededor y sí, sonriendo siempre, porque uno nunca sabe cuándo puede encontrarse al amor de su vida y que esperemos no sea una de esas personas que finamente expresa una opinión de tu cuerpo.