La reflexión es inevitable.  El 2020, entre sus muchas oportunidades de aprendizaje también plantea pensar, preguntar y responder sobre los nuevos contenidos de la muerte en una nueva pandemia mundial, en especial, cuando el primer aprendizaje, a estos días, ya aprendido nos recuerda que todos estamos en la antesala de la muerte.

Hemos de evaluar si  se ha incrementado nuestro pavor al saber que una nueva opción de  muerte cohabita con nosotros y se agrega a miles ya existentes. Hemos de repensar nuestra percepción sobre la muerte y hemos, eso es lo más difícil, rehabilitar condiciones para que, enfrentar estos riesgos, nos impida engrosar la estadística del mal del siglo 21.

Nuestra percepción quizá no haya cambiado mucho. La muerte sigue siendo un acontecimiento terrible y aterrador. Nuestros miedos siguen siendo claros, precisos y de validez universal.

La muerte como hecho de vida, como resultado de incapacidades humanas, sigue siendo, básicamente la misma.  A lo mejor comprenderla,  es lo que está cambiando.

Cambiar en algo a la muerte, a su significado, a sus resultados parece imposible. No nos deja mucho margen de maniobra ni de resultados. Sin embargo, estaríamos de acuerdo en que la muerte, individual y colectiva de este año, es diferente a la muerte normal por otras enfermedades, accidentes o asesinatos. También es diferente a la muerte por otras pandemias que usted debe recordar ya nos habían visitado como humanidad y desde hace mucho tiempo son nuestros compañeros del viaje de un poco de vida y siempre de muerte.

¿Que es lo que hoy, nos entretiene más en el terror, si la muerte sigue siendo la muerte?. 

Existirían al menos, creo yo, dos diferencias sustanciales, que van desde las formas y circunstancias en las que. en este año se muere y por lo mismo, la manera de hacer frente a la muerte, hasta el hecho de morir, los compromisos con quienes, están en transito real a la muerte y las responsabilidades con los que, habiéndolo estado, sobrevivieron.

Aquí pudiera estar la riqueza de esta temporada. Recordar que también del desacierto y del dolor se aprende. 

Rescato de las crónicas difundidas en los diferentes medios de comunicación y de informes de grupos de científicos que se han tomado la responsabilidad de reconstruir hechos observables, primero, construir explicaciones después y finalmente, soluciones.  Todos se refieren al hecho, cruel, desgarrador, extremadamente doloroso de que, por esta pandemia, morir se convierte en algo solitario, mecánico, deshumanizado y a veces irresponsable.

El miedo al contagio ha vencido el amor por el semejante contaminado.  No se les ha preguntado, pero, una gran revelación podría ser, que quienes están contagiados, ven inteligente y un acto de amor que sus familiares y allegados se alejen y se protejan.  Ellos, estoy seguro, lo pedirían. Aquí está la primera gran diferencia.

Separar a los contagiados, siempre será mayor dolor, comprensible o no, también será inaceptable y constituirá un remordimiento de conciencia y graves, grandes y permanentes daños emocionales, en todos los que, han pasado por estas circunstancias traumáticas.

Aquí es donde tenemos mucho que trabajar.  Porque esta pandemia nos ha obligado a la separación, cuando la tradición era, estar juntos. La imaginación incrementará los mea culpa. No nos da oportunidad de platicar con ellos,  pero sí de pensar en su dolor y soledad,  a la que se confinan nuestros contagiados y que, a lo mejor, los hace morir conscientes, antes de que sea cierta.

Renace un poco la esperanza, con los contagiados que sobrevivieron.  Muchas preguntas enriquecerían nuestras percepciones de la vida y el valor de estar vivos.  Cercanos a la muerte, habría que preguntarles si, su experiencia, debe cambiar la comprensión de la vida y como prepararnos para esos momentos finales.

La paradoja más inaceptable es enfrentar esos nuevos fenómenos sociales, cuando, la ciencia y la tecnología pensábamos, nos habías blindado, creíamos bien y por un largo tiempo.  Ahora tenemos que reformular nuestras capacidades para entender los nuevos contenidos de la muerte y como enfrentrarla. Ya no podemos seguir postergando estos objetivos.

Difícil y doloroso es aceptar también, que nuestros nuevos maestros serán los que moribundos, regresaron a la vida y nuestra nueva oportunidad será construir experiencia previa, a partir de entender nuestra propia muerte, algo que, inteligentemente, rechazamos siempre. Esto plantea el reencuentro con nuestro destino, al que, de entrada hay que irle quitando lo lejos y lo imposible..

Al revés de ahora, tendremos que entender que, a propósito de estas fiestas de los fieles difuntos, cada vez más, se ve posible, que en lugar de que ellos nos visiten, nosotros vayamos a visitarlos antes.