El Cerro Cabezón se caracteriza por tener varias leyendas que incluyen personajes prehispánicos, de la colonia y del siglo pasado. Una de ellas, que hoy las generaciones nuevas tal vez alcanzaron a escuchar de sus abuelos, habla del hechizo que albergan las cuevas.

Cuenta que hace muchos años, un señor entró a la cueva por razones de buscar el tesoro que escondió allí Olinteutli. Ingresó por la mañana con lámparas y antorchas; la segunda era precaución, porque se decía que a cierta profundidad las lámparas dejaban de servir.

Allí lo alcanzó la noche y decidió pernoctar dentro de la cueva. Al día siguiente, abandonó la cueva y se dispuso a regresar a su casa sin éxito en la búsqueda del tesoro.

Cuál sería su sorpresa al llegar, pero más la de su familia, quienes no daban crédito a lo que veían. El señor, ¡vivo!

Tras calmar los nervios que provocó el asombro y constatar que no era una aparición, le explicaron que justo había transcurrido un año desde que había partido. Lo habían dado primero por desaparecido. Al pasar el tiempo y no saber sobre su paradero, lo dieron por muerto dentro de la cueva y le habían realizado un velorio y entierro simbólico.

Absorto por lo que oía, no podía creerlo, pensó que le hacían una broma, motivo por el cual lo llevaron a «su tumba» y le mostraron los documentos expedidos por la presidencia municipal sobre su desaparición.

Para él había pasado un día; afuera había transcurrido un año. Por eso, la gente mayor prevenía a los jóvenes para no entrar a las cuevas.