Foto: Andrés Lobato / Milenio

La temporada de Día de Muertos, es una tradición que ha permanecido viva durante siglos en la historia de México y que, junto con las luces, los manjares y los colores naturales y de papel que iluminan los altares y hogares mexicanos, hacen la combinación perfecta para que estaos días, sean reconocidos de manera internacional.

La flor de cempasúchil o “flor de muerto”, pinta de colores amarillo y naranja los miles de campos poblanos, en donde muchos hombres y mujeres invierten meses para el cultivo de estos sembradíos, convirtiéndose Puebla, en el primer lugar en producción de estas hermosas flores que, de acuerdo a nuestra creencias y tradiciones, son el camino del inframundo hacia la tierra que habitamos los que aún estamos vivos.

Cempoal-xochitl, que significa “flor de 20 pétalos”, y que, por su forma, es complicado creer que se trate de una sola flor, tiene también una historia que se remonta a la época de los aztecas, en donde se habla del amor de dos jóvenes que a pesar de los años su amor permanecerá mientras existan colibríes que se posen en el centro de cada una de estas flores y, aunque solo se trata de una leyenda, lo cierto es que estas flores, son las principales protagonistas en las casas, altares, ofrendas, entierros y los miles de cementerios que se llenan de colores durante esta festividad.

La producción de estas flores, tanto la de cempasúchil como la terciopelo, se ha convertido junto con las calaveritas, hojaldras o pan de muerto, dulces típicos, entre otros platillos que son parte de las ofrendas, en iconos de esta festividad que desde tiempos ancestrales han sido y seguirán siendo parte importante del adorno y aroma que estos días recorren y dan vuelta al mundo entero.